viernes, 14 de agosto de 2009

VALORES Y SALUD MENTAL

3.1. SOBRE EL CARÁCTER PATOLÓGICO DE LOS VALORES

A diferencia de Durkheim, Max, Weber, otro de los fundadores de las Ciencias Sociales, no indaga por el carácter normal o patológico de una acción. Sostiene simplemente que debemos reconocer que las normas morales derivan de la creencia en determinados valores, cualesquiera que sean. Por lo tanto lo único que cabe para el científico es observar la relación entre determinadas maneras de actuar y la creencia en determinados valores.
Se habla actualmente de una “crisis de valores”, carencia de valores en la juventud basando principalmente estos argumentos en la creciente ola de violencia, delincuencia, consumo de drogas en estos últimos tiempos. Entre los intentos por explicar esta problemática se plantea entre otras una teoría psicopatologica de la violencia la cual tiene como desventaja no explicar qué rasgos de la personalidad anormal están asociados con la violencia, y el hecho de incluir muchos de los actos violentos en la categoría de enfermedades mentales.
Desde otro punto de vista se plantea a la violencia como un fenómeno aprendido. Para que se genere violencia destructiva se produce un mecanismo de negación de afecto. Procede sin ninguna inhibición que se derive de la empatía, no hay afecto alguno que frene la violencia, provoque compasión, culpa, horror o repugnancia. El objeto es visto en forma cosificada, como si no despertara ningún sentimiento.
Si tomamos como referencia la clasificación de DSM IV del los trastornos disocial y antisocial de la personalidad con frecuencia se ha planteado la posibilidad de que el diagnóstico no se aplique correctamente a sujetos procedentes de ambientes donde los patrones de comportamiento indeseable son considerados a veces como protectores (como amenazas, violencia, crimen). De acuerdo a la definición del DSM-IV de trastorno mental, tal diagnóstico de trastorno disocial sólo debe aplicase cuando el comportamiento en cuestión sea sintomático de una disfunción subyacente del individuo y no constituye simplemente una reacción ante el medio social inmediato. Los jóvenes inmigrantes procedentes de países arrasados por la guerra, que han vivido una historia de comportamientos agresivos quizás necesarios para su supervivencia en aquel contexto, no justifica necesariamente un diagnóstico de trastorno disocial. La consideración del contexto social económico en que se hayan producido los comportamientos indeseables pueden ser útil al clínico.
Tratar estos problemas desde el punto de vista psicopatológico puede llevar a una visión sesgada y un abordaje del problema ineficiente. Entre las causas que se encuentran en la mayoría de estudios sobre factores que originan la delincuencia está la carencia de valores, acá se cae en un error ya que no se puede hablar de ausencia o carencia de valores, los valores existen el hecho es que no son compartidos con todos los miembros de la sociedad sino solamente con el grupo de referencia.
Así la existencia de pandillas corresponde a la búsqueda de identidad y afirmación personal no canalizada constructivamente. Buscan reconocimiento y reputación, identidad, afecto, sentido de pertenencia, dinero, cierta estructura (normas, disciplina) y afán de espectacularidad.
Tal problemática se ve influida por la ausencia de vínculos entre los individuos y la comunidad: falta de propuesta y apelación a los valores entre los niños y niñas que proporcione expectativas útiles para su desarrollo a nivel de barrio, municipio, instituciones públicas y privadas, falta de espacios de esparcimiento sano, escasa oferta de modelos adecuados, donde toma un papel importante los medios de comunicación, falta de espíritu de solidaridad en la comunidad.
La “crisis de valores” que afecta a las instituciones familiares ha configurado un patrón cultural auténtico y violento; entre las modalidades de formas de violencia intrafamiliar socialmente aceptadas como parte de la violencia familia reconocemos al maltrato infantil, contra la mujer, violencia sexual. Son expresiones de la disgregación de grupo familiar y el contexto socio – económico.
La cultural de paz supone un dialogo y conocimiento de los demás y de sus derechos inherentes, lo cual se adquiere a través de una dinámica permanente de acción y reflexión, al que precisamente no tienen acceso los niños y jóvenes. Ello explica una red de medios de aprendizaje y nivel educativo de los medios de comunicación para construir una cultura de paz.

3.2. APORTES DE LA PSICOLOGÍA Y LA PEDAGOGÍA

Los desarrollos logrados por Kohlberg, en la línea de investigación de Piaget, son especialmente importantes por su impacto actual en la pedagogía, sobre todo en lo relativo al análisis del desarrollo del juicio moral del niño. Se trata de una propuesta claramente orientada a la acción pedagógica. El niño desarrolla su juicio moral al asumir roles, la capacidad de asumir el rol de otro -y, por lo tanto, de ubicarse en la sociedad- se adquiere gradualmente a partir de los seis años. Esto permitirá al niño ir adquiriendo un juicio moral que le ayudará a sopesar las exigencias de los demás contra las propias.
Esta perspectiva es claramente universalista aunque se argumenta que reconoce también las particularidades, pues el principio moral es considerado como un modo de elección universal, un modo de elección que esperamos y deseamos que todos los demás adopten en similares situaciones.
En lo relativo al estudio de los valores desde la perspectiva pedagógica debemos mencionar a Jean-Jacques Rousseau, en contra de la educación practicada en la Francia del siglo XVIII, Rousseau propone una educación que respeta el proceso de desarrollo del niño, reconociendo su condición diferente del adulto. De esta manera la educación parte de los propios descubrimientos del niño y utilizando al juego como medio hacia la disciplina. Este modelo busca lograr un hombre independiente y de juicio razonable, que estará dispuesto a someterse a la necesidad de las cosas, pero no a la arbitrariedad de los hombres. Para ello, el orden moral se afianzará en el plano del sentimiento en las primeras etapas de la infancia, para descubrirse en el plano de la conciencia recién con el acceso a la pubertad. Estas ideas marcaron profundamente a los grandes innovadores, tales como Pestalozzi, Oewey, Montessori o Decroly. John Dewey, por ejemplo, iniciador de la nueva pedagogía con la escuela experimental de Chicago, hablaba de una escuela que ayudara al niño a solucionar los problemas que encontraba en su medio ambiente. Para él, las bases de la organización ética de la escuela son: "En tanto la escuela representa, en su propio espíritu, una comunidad de vida genuina; en tanto lo que se llama disciplina, gobierno, orden escolar, etc., son las expresiones de ese espíritu social inherente a la escuela; en tanto los métodos utilizados son los que apelan a los poderes activos y constructivos que permiten al niño darse a conocer, y, por ende, ser útil; en tanto el curriculum es seleccionado y organizado de tal manera que provea el material para proporcionar al niño la toma de conciencia del mundo en el que tiene su papel que jugar, y de las relaciones que encontrará; en tanto todas estas finalidades se cumplen, la escuela está organizada sobre una base ética".
Por otro lado y a modo de conclusión, la UNESCO centra cuatro pilares para la educación como proceso de toda la vida: aprender a conocer, a hacer, a vivir juntos y a ser. Los dos últimos son los relevantes para el tema en cuestión:
- Aprender a vivir juntos desarrollando la comprensión del otro y la percepción de las formas de interdependencia -realizar proyectos comunes y prepararse para tratar los conflictos- respetando los valores del pluralismo, comprensión mutua y paz.
- Aprender a ser para que florezca mejor la propia personalidad y se esté en condiciones de obrar con creciente capacidad de autonomía, de juicio y de responsabilidad personal"".

3.3 CONTEXTO ESCOLAR.

Es importante que los centros escolares reconozcan la importancia del tratamiento de los valores en su quehacer educativo y de esta manera los fomente. Así como la clarificación de valores tener en cuenta otros métodos tales como: la organización de la escuela, contenidas de las diferentes materias de currículo, metodología de enseñanza – aprendizaje, relaciones entre maestros, etc.
En este sentido el papel del maestro es el de suministrar materiales técnicos y metodológicos para la enseñanza de valores. A su vez ser mostrar congruencia entre lo que enseña y sus propios valores dando estos como una alternativa dejando la libre la posibilidad que cada estudiante defina sus propios valores. Por otro lado el maestro toma parte activa demostrando abiertamente sus valores.

3.4. CLARIFICACIÓN DE VALORES.

Se concibe como un proceso de ayuda para tener una visión crítica de la vida, metas, sentimientos, etc. Así se descubren los valores con el fin de conocerse y definirse. Es un procedimiento para analizar sus valores, asumir responsabilidades de su comportamiento, actitudes y valores y actuar de acuerdo con ellos. En los niños los valores cambian constantemente.
Una de las críticas recibidas por el modelo de Clarificación de Valores es la de no haber sabido establecer diferencias entre lo moral y otros valores. Existiría la misma posibilidad de conducir un ejercicio sobre los gustos en el vestir, como otro sobre la elección entre la vida y la muerte. Si bien esto es una exageración, subraya la necesidad de establecer tal distinción.

3.5. EDUCACION EN VALORES

La educación en valores es un proceso sistémico, pluridimensional, intencional e integrado que garantiza la formación y el desarrollo de la personalidad consciente; se concreta a través de lo curricular, extracurricular y en toda la vida se expresa en el proyecto de vida que es “el conjunto de representaciones mentales sistematizadas sobre cuya base se configuran las actitudes y disposiciones teóricas del individuo, y que para ejercer una dirección autentica de la personalidad, este modelo debe tomar una forma determinada en la actividad social del individuo y en las relaciones con las personas. Es decir, la característica directriz de este modelo ideal se expresa no sólo en lo que el individuo quiere ser, sino en su disposición real y sus posibilidades internas y externas de lograrlo y de darle una forma precisa en el curso de su actividad"
Si se quiere incidir a través de la educación en la personalidad es necesario adentrarse en el porqué de los objetivos de la actividad, que lo hacen componer un proyecto de vida. Si la educación concibe el proyecto de vida no como un modelo ideal-individual solamente, sino que lo relaciona a su vez con un modelo real-social, entonces podrá acercarlo a su realización.
La educación en valores debe contribuir a que el proyecto de vida se convierta en "un modelo de vida sobre la base de aquellas orientaciones de la personalidad que definen el sentido fundamental de su vida, y que adquieren una forma concreta de acuerdo con la construcción de un sistema de actividades instrumentadas, las que se vinculan con las posibilidades del individuo y, de otro lado las posibilidades objetivas de la realidad externa para la ejecución de esas orientaciones de la personalidad.
La educación en valores tiene como objetivo el alcance de una personalidad desarrollada o en desarrollo y significa contribuir a la función integradora del individuo mediante la valoración de las contradicciones de la motivación, los intereses, etc. Los valores no se enseñan y aprenden de igual modo que los conocimientos y las habilidades, y la escuela no es la única institución que contribuye a la formación y desarrollo de éstos. Son de carácter intencional, consciente y de voluntad, no sólo por parte del que educa y del educado quien debe asumir dicha influencia a partir de su cultura, y estar dispuesto al cambio.
Entre algunas incidencia en la educación en valoresse pueden plantear:
* Desarrolla la capacidad valorativa en el individuo y permite reflejar adecuadamente su plan de vida.
* Desarrolla la capacidad transformadora y participativa con significación positiva hacia la sociedad.
* Desarrolla la espiritualidad y la personalidad hacia la integralidad y el perfeccionamiento humano.
* Transforma lo oficialmente instituido a través de las normas morales, los sistemas educativos, el derecho, la política y la ideología.
Los valores se tratan de los componentes de la personalidad, sus contenidos y sus formas de expresión a través de conductas y comportamientos, por lo tanto sólo se puede educar en valores a través de conocimientos, habilidades de valoración-reflexión y la actividad práctica.
Es conocido ampliamente que el sujeto construye de manera subjetiva su realidad, a través de la percepción y de los procesos de transmisión que despliegan los agentes sociales; es decir, internaliza y estructura los saberes que pertenecen a la comunidad y le permiten adaptarse a su realidad,
Ya que es mejor que nuestros valores sean conscientes, educar en estos tiempos es educar en los valores de lo cotidiano, en la desconfianza, el humor, la liberación, el placer, en la sexualidad, en lo festivo, en lo efímero, en la superficialidad, en el agnosticismo, en el relativismo, en el individualismo, en el hedonismo-narcisista, en la pérdida de confianza en el futuro.
La educación moral se debería preocupar básicamente de los valores morales. Resulta importante observar que los valores morales son un elemento importante en la anatomía de la persona moral. ¿Qué son exactamente los valores morales? Rokeach define un valor como una preferencia permanente para una conducta en concreto o para un estado final de ser. Ello incluye tanto un claro componente cognitivo (una creencia), como un componente afectivo (la evaluación). Podemos apreciar que los valores y rasgos de carácter se encuentran estrechamente relacionados con características de definición que se solapan.
Se ofrece a continuación un intento de definición de valores morales: los valores morales son creencias con carga afectiva, relativas a la corrección o equivocación de las cuestiones que son intrínseca y potencialmente perjudiciales, y que poseen un carácter universal e inalterable.
Existen tres planteamientos generales para la educación de los valores: clarificación de éstos, inculcación de los mismos y Comunidad Justa. La clarificación comporta que cada persona debe generar su propio conjunto de valores morales, y la educación debería proporcionar sencillamente los medios para la autoexploración y el conocimiento de uno mismo.
La inculcación sostiene que la misión de la escuela es la de educar a los niños hacia un consenso de valores. La Comunidad Justa considera los valores (normas) como un producto de la vida escolar, muy en especial su entorno moral y su estructura gubernativa. Continuamos dejando a un lado el planteamiento de la clarificación de valores, dada su desaparición por causa de procedimientos legales y por las críticas teóricas en la última o las dos últimas décadas.
Debemos recordar también que los valores proceden de una serie de fuentes. Pueden derivar de la enseñanza explícita verbal de los mismos; se pueden aprender de modelos, es decir, de la conducta de los demás; se pueden aprender de individuos o de instituciones; se pueden aprender de las autoridades tradicionales (p.e. profesores) y de los iguales. Por ello, las escuelas deben ocuparse de muchos mecanismos y fuentes de educación en valores. Allí reside, ciertamente, la capacidad de descubrir «el currículum oculto» de una escuela.
La inculcación de valores comporta habitualmente mensajes sobre el valor de modelos de conducta seleccionados, por ejemplo, infundir la lealtad, el valor o la honestidad. El modo de comunicación de estos mensajes puede variar: campañas de pósters, lecturas literarias, presentaciones de medios electrónicos, conferencias, etc. En cualquier caso, se expone a los estudiantes a una serie de mensajes que transmiten la importancia del valor en cuestión. Ello puede ir seguido de una serie de actividades estudiantiles destinadas a reforzar y desarrollar el valor, por ejemplo, debates en clase, tareas de redacción escrita, creación de pósters para el colegio, informes biográficos sobre ejemplos morales, etc.
Los valores morales requieren otro tipo de justificación. No están abiertos a gustos locales o individuales. La justificación de los valores morales reside intrínsecamente en la naturaleza de la conducta en cuestión. El robo priva a los demás de sus derechos de propiedad, con independencia de las opiniones locales. La violencia genera peligro físico por encima de los gustos personales. Estas son características intrínsecas y universales de los actos en sí. Por tanto, no se puede cuestionar su valoración. Está claro que las localidades pueden elegir subrayar determinados subgrupos de valores morales de la totalidad de ellos. No obstante, lo que no pueden elegir es enseñar valores que contradigan los universales. Por tanto, la selección de valores para un programa de educación moral es legítima en tanto en cuanto los valores seleccionados son: (1) no de tipo moral, o (2) moralmente justificables. Los gustos locales no son argumento adecuado para generar ni justificar los valores morales.
Muchas veces cuando se habla de valores, especialmente en el contexto educativo, se hace de un modo relativamente intuitivo que tiende a identificarlos con los valores morales. En cierto modo la reciente reivindicación de la educación en valores no deja de estar sustituyendo, desde planteamientos laicos, el papel que tradicionalmente ocupaba la moral religiosa en los espacios educativos. La idea de educación en valores tendería a propiciar el desarrollo de ciertas actitudes en los niños y jóvenes que faciliten la formación en ellos de un juicio moral autónomo. El paso de la heteronomía propia del adoctrinamiento moral a la autonomía que persigue la genuina educación en valores es una de las huellas de la impronta ilustrada en esta consideración laica de la educación.
Los principios de la Declaración de los Derechos Humanos (en relación con lo ético), la defensa de la democracia como forma de convivencia social (por el lado de lo político) o el valor de la biodiversidad natural o las obras de arte (en lo referido a lo estético) podrían ser ejemplos mínimos comunes. Sin embargo, es evidente que ni siquiera esos ejemplos tan obvios son el resultado de consensos universales entre todos los seres humanos.
Por ello, al plantear la acción educativa y al concretar las propuestas didácticas para la educación en valores, no convendría partir de unos mínimos sustantivos supuestamente compartidos que acabarían siendo falsos o vacíos. Se trataría, más bien, de reconocer la diversidad para enfrentar a las diversas opciones con racionalidad. La disputa racional entre las diversas ideas y el juicio razonado sobre las opciones éticas, políticas o estéticas, es la mejor forma de plantear una verdadera educación en valores que se distancie del adoctrinamiento dogmático y del relativismo radical. Más que buscar unos valores mínimos universales, convendría reivindicar la universalidad de la racionalidad para la necesaria negociación en la toma de decisiones sobre los ineludibles conflictos éticos, estéticos y políticos que afectan a nuestras vidas. No se trata, por tanto, de invocar ciertos valores metafísicos de carácter universal susceptibles de ser enseñados al lado de los saberes propios de las disciplinas escolares.

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