miércoles, 12 de agosto de 2009

PRIMERA INFANCIA: EL NIÑO DE UNO A CINCO AÑOS


“El niño pasa, en estos años, por dos etapas, la de expansión de su subjetividad y la exploración de la realidad externa, que coinciden, con la edad del jardín de infancia y los años preescolares. Del egocentrismo propio del primer año el niño evoluciona para ir integrándose poco a poco en el mundo que le rodea”.

La maduración psicomotriz es decisiva. Al año, empieza a andar: el "gateador" de la última parte del primer año se convierte en "correteador"; desde esa nueva posición, el niño observa el mundo con una nueva perspectiva, amplía su horizonte y puede acercarse y manipular lo que le rodea a su antojo.
La inteligencia del niño se transforma, pudiendo representarse las cosas sin estar éstas presentes y utilizar el lenguaje para ordenar tanto su mundo interno (primeras expresiones de sus emociones) como el externo (comienza a nombrar las cosas).
Afectivamente, aprende a controlar impulsos y deseos en una especie de "negociación" en la que se adapta a normas familiares a cambio de amor y valoración.
Una vez que han quedado definidos y más o menos aceptados los límites que desde la familia (y la sociedad) se le imponen, alrededor de los cinco años, se produce un fuerte desarrollo intelectual y un acercamiento progresivo a los demás niños, avances que se ven favorecidos si el aprendizaje del control de los impulsos ha sido resuelto sin demasiado conflicto emocional.

PSICOMOTRICIDAD

La motricidad y el psiquismo van unidos sobre todo en estos primeros años aunque, incluso las tareas escolares se pueden considerar ejercicios de psicomotricidad.
Alrededor del año el niño comienza a andar vacilante, balanceándose, separando los pies e inclinando el cuerpo hacia delante para mantener el equilibrio, poco a poco va reorganizando y consiguiendo el control de la musculatura gruesa y fina.
Se constituye la imagen corporal, que es la representación mental que el niño se hace de sí mismo. Esta imagen corporal no coincide con el esquema corporal ya que en la imagen interviene otros factores, fundamentalmente afectivos, que la hacen subjetiva: es una imagen que no coincide con la corporalidad objetiva sino que está determinada por la valoración e importancia que él y los que le rodean dan a cada parte de su cuerpo: esta imagen influirá, en el concepto de sí mismo, y en la autoestima. Según Gesell el niño.

A los dos años:
· Puede bajar y subir escaleras sin ayuda usando los dos pies en cada escalón
· Es capaz de acercarse a una pelota y darle un puntapié
· Le gustan los juegos bruscos y los revolcones
· Puede dar la vuelta a las hojas de un libro
· Construye torres de seis cubos y ensarta cuentas con una aguja
· Si es necesario puede permanecer sentado algunos ratos

A los tres años:
· construye torres de nueve o diez cubos
· puede modular su forma de correr y hacer variaciones de velocidad
· sube las escaleras sin ayuda alternando los pies
· puede pedalear en un triciclo

A los cuatro años:
· sabe brincar con una "pata coja"
· mantiene el equilibrio en un solo pie durante varios segundos
· al lanzar una pelota, echa el brazo hacia atrás y la tira con fuerza
· puede abotonarse la ropa y hacerse la lazada en los zapatos

A los cinco años:
· brinca con soltura y salta
· llega a conservar el equilibrio sobre las puntas de los pies varios segundos
· está capacitado para realizar ejercicios físicos y danza
· usa el cepillo de dientes y el peine
· puede dibujar la figura de una persona

INTELIGENCIA, IMITACIÓN Y JUEGO: CONDUCTA ADAPTATIVA

En el primer año de vida la adaptación al medio se realizaba por medio de la inteligencia sensomotriz: a los estímulos del entorno se correspondía una respuesta motora lo más adecuada posible. A partir del segundo año la inteligencia se convierte en representativa al interiorizarse los aprendizajes en forma de imágenes mentales de una complejidad simbólica creciente.
La inteligencia representativa es de tipo intuitivo desde los cuatro a los siete años. Si se le presentan al niño dos vasos iguales que él llena con la misma cantidad de bolitas; y después se echa el contenido de uno de ellos en un vaso más alto y delgado dirá que hay más bolitas dado que la altura de las mismas en dicho vaso es mayor.
Otro ejemplo que muestra la representación subjetiva del mundo es el siguiente: el niño ante un reloj de arena cree que ésta cae más rápido cuanto más rápido realiza él la actividad que le encomendamos.
Este tipo de inteligencia, en la que ya aparecen las imágenes mentales pero de estilo intuitivo nos muestra al niño con una idea mágica del universo, con su acción o pensamiento cree influir en la realidad, confunde la causalidad física con la motivación psicológica: por ejemplo, el sol sale porque el se despierta y necesita que sea de día.
La imitación y el juego son dos actividades del niño en las que confluyen aspectos intelectuales y emocionales y que muestran ese carácter subjetivo que tiene la inteligencia del niño en esta etapa así como la utilización de imágenes mentales.
El niño comienza a representar una acción o un objeto sin tenerlo físicamente presente y se produce una interiorización de los gestos y acciones que ha aprendido en la etapa anterior. El juego y la imitación se unen en este aprendizaje: así el niño que ha visto un coche en movimiento puede imitar con su mano dicho movimiento en su juego sin que el vehículo esté presente.
La imitación en esta etapa de la inteligencia representativa es simbólica: el niño interioriza un objeto real en forma de imagen, que no es fotográfica sino que está cargada de significación y de subjetividad; toma del objeto que imita aquello que le impresiona y tiene para él un valor simbólico.
También la imitación es una forma de identificación con el comportamiento de personas significativas para él, es una forma de querer ser como esa persona. Suele imitar el comportamiento del padre o de la madre según el sexo del niño.
El juego es esencialmente asimilación simbólica, aunque también es imitación pues todavía no es capaz de la suficiente imaginación o inventiva: así el niño juega a ser un perro imitando alguna característica del mismo que le impresiona.
Además del aspecto puramente intelectual del juego hay que considerar el componente de elaboración de situaciones emocionales que hay en los juegos de los niños, juegos no reglados en donde, además de aprender pautas y conductas socializadoras, el niño "digiere" una realidad que le afecta y a veces le angustia.



LENGUAJE Y SOCIALIZACIÓN

El lenguaje es indisociable del medio familiar. En los primeros meses de vida, la entonación de las palabras de la madre les daba significado; ahora una palabra es toda una acción: "guau" tal vez significa "ese perro que me asusta con sus ladridos", es decir, el niño emplea la palabra-frase con la que se expresa no un objeto concreto sino una situación determinada.
Más tarde, alrededor de los tres años, el niño comienza una época de interrogaciones continuas, haciendo preguntas de las que conoce la respuesta; más adelante, a los cuatro años insistirá en los "por qué" y "cómo", y más que la explicación le interesa ver si la respuesta se ajusta a sus propios sentimientos; es una edad egocéntrica, el niño se acerca a los objetos en función de su adecuación a sus deseos y necesidades.
Pero el lenguaje es tanto expresión de las tendencias individuales como de las influencias exteriores. La conversación que se inicia de modo rudimentario entre madre e hijo tiene también una dimensión social. El niño que oye el "no, no", aprende a posponer la satisfacción inmediata de un impulso a cambio del beneficio del cariño y la aprobación de su madre. Por medio del lenguaje se le transmiten las pautas propias de la cultura en que ese núcleo familiar está inmerso.
El niño desarrolla su personalidad primero en la familia y luego en la sociedad. Los primeros años son de primacía familiar en su vida, pero luego, con su incorporación a la escuela, aparece la necesidad de aprender a convivir con los otros niños.
Su primera experiencia escolar es casi una continuación de su mundo familiar: la maestra es una madre y los compañeros ocupan el lugar de los hermanos; los conflictos que surgen en la escuela son semejantes a los que vive en su casa; por eso, la adaptación a ese nuevo medio estará influida, en gran medida, por el tipo de vivencias que tenga con sus padres y hermanos.
Una forma de elaborar y resolver los conflictos que aparecen tanto en la escuela como en su propio hogar son, además del juego, los cuentos: el niño se embelesa oyendo hablar de la gran boca del lobo feroz y abre su boca a la vez que lo hace el lobo; los cuentos le ayudan a elaborar los miedos tan comunes de estos años.
Algunas de las adquisiciones que hace el niño tanto de su personalidad social como del lenguaje, según lo explica Gesell, son,

A los dos años:
utiliza los nombres de cosas, personas, y la palabra-acción
se llama a sí mismo por su nombre en vez de usar el "yo"
le gusta escuchar y revivir sus acciones en cuentos donde es el protagonista
usa la palabra mío manifestando un interés inconfundible por la propiedad de cosas y personas
cuando juega con otros niños no se relaciona con ellos más que físicamente
desconfía de los extraños y no es fácil de persuadir
se ríe con ganas y muestra signos de simpatía o de vergüenza

A los tres años:
comienza a decir frases
disfruta con el preguntar por preguntar
le gusta el soliloquio y juego dramático, que practica palabras, frases y sintaxis.
"con el niño de tres años se puede tratar"; es capaz de negociaciones en las que cede para conseguir algo
tiene gran deseo de agradar y pregunta si ha hecho bien lo encomendado
habla consigo mismo o como si se dirigiera a un otro imaginado.
empieza a compartir sus juguetes
no sólo se baja los pantalones sino que puede quitárselos
duerme ya toda la noche sin mojarse e incluso suele hacer sus necesidades sin ayuda

A los cuatro años:
hace preguntas casi sin parar
le gusta los juegos de palabras, se divierte con los más absurdos desatinos, para atraer la atención
llega a sostener largas conversaciones, mezcla de ficción y realidad, tiene mucho de charlatán y algo de irritante
es hablador y utiliza con entusiasmo el pronombre personal
puede vestirse y desvestirse casi sin ayuda
se hace el lazo de los zapatos, se peina sólo y se cepilla los dientes
va al baño sólo, preferentemente si hay otros, movido por una nueva curiosidad que empieza a surgir
empieza a formar grupos para jugar de dos o tres niños.
comparte sus cosas pero a veces tiene arrebatos caprichosos para provocar reacciones en los demás: le gusta dar órdenes a los demás
tiene cierta conciencia de las actitudes y opiniones de los demás: es excelente para encontrar pretextos y justificar su comportamiento

A los cinco años:
parece un adulto en su forma de hablar, sus respuestas son ajustadas a las preguntas que se le hacen
sus preguntas buscan una respuesta y tiene verdadero deseo de saber
en su deseo de entender el mundo es muy práctico y le gustan los detalles concretos "sin irse por las ramas"
distingue sus mano derecha e izquierda pero no las de los demás
es obediente y puede confiarse en él
le gusta colaborar en algunas tareas de la casa
se muestra protector, a veces, con los más pequeños
sabe decir su nombre y dirección
juega en pequeños grupos de dos a cinco niños
prefiere el juego con otros y muestra cierta comprensión de situaciones sociales
"la seguridad en sí mismo, la confianza en los demás y la conformidad social son los rasgos personal-sociales cardinales a los cinco años"

MUNDO EMOCIONAL

Durante el primer año de vida el bebé realizó un importante proceso con repercusiones tanto para su vida interna como para sus posibilidades de relación con los demás: aprendió a ver a su madre como alguien separado de él; además tuvo que admitir que era la misma madre la que satisfacía sus necesidades como la que las frustraba; y, por tanto, que sus sentimientos de amor y rabia iban dirigidos a la misma persona.
En el bebé se va organizando un incipiente sentido de sí mismo, un "yo primitivo” y una básica concepción de un mundo material separado de él, lo "no-yo".La integración de ese primitivo yo y la separación de la madre como una sola persona, le hacen reconocer que siente enojo hacia la misma madre a la que ama y necesita, pero también le permite sentir agradecimiento por el amor que recibe a pesar de sus momentos de rabia.
La dificultad para recordar nosotros mismos estas etapas nos hace ver a los niños ajenos a toda esa problemática que, efectivamente, se olvida si se ha resuelto suficientemente bien, pero no siempre transcurre todo felizmente y los problemas se presentan con síntomas de gravedad variable.
El primer año es el de la etapa oral porque la problemática afectiva gira en torno a la alimentación: el destete, el cambio a los alimentos sólidos, son experiencias del niño con la madre que dan lugar a las vivencias que hemos comentado.
En el segundo año los intereses emocionales del niño giran en torno a la adquisición del control de esfínteres: desprenderse de algo de su cuerpo que el valora, por agradar a su madre, va a poner en juego todo el amor que le tiene. El niño quiere ser "bueno" aprendiendo a controlarse según las pautas que le impone su madre: es la etapa anal.
Al final del segundo año, el niño suele haber controlado sus esfínteres: en general se controla primero la defecación y luego el orinar de modo que al final del segundo año se ha adaptado a la limpieza.
En el curso del tercer año aumenta la curiosidad por los genitales, se interesa por ellos, por las diferencias entre hombre y mujer, por el nacimiento de los niños, por las relaciones sexuales, etc. Es la época del complejo de Edipo, que de un modo muy resumido es el deseo de exclusividad en el afecto de la madre en el caso del niño, y del padre, en el caso de la niña.
Las mayores dificultades en este período suelen estar marcadas por la inevitable aceptación del tercero, del otro, aceptación que cuesta mucho porque choca con la omnipotencia propia de los primeros años: en el proceso de socialización, que comienza en la familia, se va instaurando el "principio de realidad", es decir, admitir la existencia de los demás con sus propios deseos y necesidades que no siempre coinciden con los del niño, frustrándolo en su intento de imponerse.
La autoestima del niño ha de salir bien librada de esta lucha entre el deseo de autoafirmarse a toda costa y el de admitir también la afirmación de los demás: es un equilibrio difícil y no siempre bien logrado lo que conlleva toda una serie de dificultades en las relaciones, desde timidez a agresividad, y que se manifiestan en el hogar y más tarde en la escuela.
El niño vive todas estas situaciones primeramente en la relación con los padres y después con los hermanos. Los hermanos son niños igual que él, que le disputan el cariño y la predilección de los padres. El deseo que aparece es el de "eliminarlos", deseo cargado de una agresividad más o menos inconsciente y de otros sentimientos como son el miedo y la culpabilidad.
Todos estos conflictos, que surgen en la edad en la que el niño aprende las primeras conductas que lo convertirán en un ser sociable, quedan amortiguados y, aparentemente olvidados, en la etapa de latencia, que comienza alrededor de los cinco años y que se alarga hasta la pubertad. La norma moral y el ideal del yo se empiezan a formar en los primeros años de la vida, modelando el comportamiento del niño según las pautas y normas socialmente admitidas y valoradas y siguen funcionando en la siguiente etapa, de latencia, época de grandes adquisiciones, fundamentalmente intelectuales.

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