Buhler citado por Casullo y Cayssials, (1996) expuso una teoría evolutiva del individuo donde el ciclo vital, puede ser dividido en diferentes etapas: crecimiento, desde el nacimiento hasta los 14 años; exploración, desde los 15 hasta los 25 años; mantenimiento, desde los 25 hasta los 65 años; y declinación. Durante la etapa exploratoria, la persona puede pasar por experiencias a partir de las cuales obtiene información contradictoria con sus autoimágenes, lo que origina la puesta en marcha de los mecanismos de represión, negación o distorsión, que apuntan a preservar valores o imágenes sobre sí mismos y el mundo.
La adolescencia es una etapa de transición entre la infancia y la edad adulta. Es un periodo de desarrollo biológico, social, emocional y cognitivo. (Nicolson y Ayets, 2002). Entre los 12 y 17 años, la actividad aumentada de las glándulas de secreción interna y el comienzo de la madurez parecen perturbar el equilibrio del organismo de un modo tan intenso que sufre también el equilibrio psíquico. Aquí distinguimos dos actitudes esenciales como características: la primera se distingue por el deseo de alcanzar algo, realizar algo único e importante; la segunda se expresa en el deseo de alcanzar un objetivo autodeterminado. Ya alrededor de los 16 ó 17 años, el individuo comienza por primera vez a mirar su vida retrospectivamente, hacer un balance, mirar al futuro y decidir qué debe hacer (Buhler, 1965)
La etapa adolescente configura el periodo crítico por antonomasia. Durante esta etapa, se es más vulnerable a padecer desajustes en el equilibrio sujeto-entorno psicosocial, debido tanto a las demandas del entorno y de la propia dinámica evolutiva del sujeto, como a las características cognitivas y conductuales que determinan sus estrategias de afrontamiento a dichas demandas. La resolución de estos desequilibrios, dinamiza el proceso de evolución personal del adolescente, desde el momento que requiere que este ponga en marcha o cree los recursos personales necesarios para afrontar adecuadamente tales situaciones. Por el contrario, la incapacidad para resolver estos casos puede llevar a comportamientos desadaptados más o menos transitorios o a problemas psicológicos duraderos producidos por el fracaso persistente de los mecanismos adaptativos. (Avila, 1996).
Siendo así, la adolescencia se caracteriza por una progresiva estabilización de la personalidad; estabilización que realiza el adolescente a través de la elaboración de un orgánico proyecto de sí en torno a unos valores considerados por el sujeto como vitales para él, como más importantes para su vida; este proyecto tiene la función de unificar todas sus conductas dándoles un significado. (Moraleda, 1999)
Para Llobet, (2005), la adolescencia supone un trabajo de historización y constitución de la identidad, que conlleva a la apropiación de un proyecto identificatorio y constitución de un proyecto de vida. El proyecto de vida requiere la elaboración y consolidación de una identidad ocupacional. Un proyecto de vida da cuenta de la posibilidad de anticipar una situación generalmente planteada en expresiones como yo quisiera ser o yo quisiera hacer (Casullo y Cayssials, 1996).
La identidad que se forma está mejor definida y muchos de sus componentes pueden convertirse en proyectos de vida; si bien esto no significa que los valores y objetivos vitales sean fijos y permanentes, la identidad de la mayoría de los jóvenes comienzan a adquirir una forma consistente e integrada hacia el final de este periodo (Sarafino, 1988). Para Erickson citado por Papalia (1992) el aspecto crucial de la búsqueda de la identidad es decidir una carrera y la virtud fundamental que surge de esta crisis de identidad es la virtud de la fidelidad que puede implicar identificarse con un conjunto de valores, una ideología, una religión, un movimiento o un grupo étnico (Papalia, 1992). Los ideales, convicciones o aspiraciones capaces de dar significado unitario a toda una vida, para que operen en el centro de una personalidad con poder determinante, deben nacer sobre la sólida base de necesidades fundamentales. Valores e ideales se definen más concretamente en su poder de motivación como actitud hacia la vida, ósea, cierto modo global de sentir y evaluar la propia posición en el mundo con todas las posibles referencias intelectuales, emotivas, sociales. (De Bartolomeis, 1978)
Así, la formación de la identidad suele ser un proceso de autodefinición. Este proceso ofrece continuidad entre el pasado, presente y futuro del individuo. Ayuda a conocer su posición con respecto a los otros y contribuye a darle dirección, propósito y significado a la vida (Craig, 2001). El adolescente alcanza un sentido de identidad cuando está razonablemente seguro de su autoconcepto, sus valores, habilidades, intereses y creencias, así como cuando sabe qué quiere en el futuro (Sarafino, 1988).Resumiendo lo anterior, particularmente en la adolescencia las esperanzas y temores se concentran en las aspiraciones en torno al yo futuro, en lo que puede llegar a ser, esa es la materia prima con que elabora todas sus realizaciones, como tal influye de manera decisiva sobre sus actitudes y conducta (De Armas, 1957).
La adolescencia es una etapa de transición entre la infancia y la edad adulta. Es un periodo de desarrollo biológico, social, emocional y cognitivo. (Nicolson y Ayets, 2002). Entre los 12 y 17 años, la actividad aumentada de las glándulas de secreción interna y el comienzo de la madurez parecen perturbar el equilibrio del organismo de un modo tan intenso que sufre también el equilibrio psíquico. Aquí distinguimos dos actitudes esenciales como características: la primera se distingue por el deseo de alcanzar algo, realizar algo único e importante; la segunda se expresa en el deseo de alcanzar un objetivo autodeterminado. Ya alrededor de los 16 ó 17 años, el individuo comienza por primera vez a mirar su vida retrospectivamente, hacer un balance, mirar al futuro y decidir qué debe hacer (Buhler, 1965)
La etapa adolescente configura el periodo crítico por antonomasia. Durante esta etapa, se es más vulnerable a padecer desajustes en el equilibrio sujeto-entorno psicosocial, debido tanto a las demandas del entorno y de la propia dinámica evolutiva del sujeto, como a las características cognitivas y conductuales que determinan sus estrategias de afrontamiento a dichas demandas. La resolución de estos desequilibrios, dinamiza el proceso de evolución personal del adolescente, desde el momento que requiere que este ponga en marcha o cree los recursos personales necesarios para afrontar adecuadamente tales situaciones. Por el contrario, la incapacidad para resolver estos casos puede llevar a comportamientos desadaptados más o menos transitorios o a problemas psicológicos duraderos producidos por el fracaso persistente de los mecanismos adaptativos. (Avila, 1996).
Siendo así, la adolescencia se caracteriza por una progresiva estabilización de la personalidad; estabilización que realiza el adolescente a través de la elaboración de un orgánico proyecto de sí en torno a unos valores considerados por el sujeto como vitales para él, como más importantes para su vida; este proyecto tiene la función de unificar todas sus conductas dándoles un significado. (Moraleda, 1999)
Para Llobet, (2005), la adolescencia supone un trabajo de historización y constitución de la identidad, que conlleva a la apropiación de un proyecto identificatorio y constitución de un proyecto de vida. El proyecto de vida requiere la elaboración y consolidación de una identidad ocupacional. Un proyecto de vida da cuenta de la posibilidad de anticipar una situación generalmente planteada en expresiones como yo quisiera ser o yo quisiera hacer (Casullo y Cayssials, 1996).
La identidad que se forma está mejor definida y muchos de sus componentes pueden convertirse en proyectos de vida; si bien esto no significa que los valores y objetivos vitales sean fijos y permanentes, la identidad de la mayoría de los jóvenes comienzan a adquirir una forma consistente e integrada hacia el final de este periodo (Sarafino, 1988). Para Erickson citado por Papalia (1992) el aspecto crucial de la búsqueda de la identidad es decidir una carrera y la virtud fundamental que surge de esta crisis de identidad es la virtud de la fidelidad que puede implicar identificarse con un conjunto de valores, una ideología, una religión, un movimiento o un grupo étnico (Papalia, 1992). Los ideales, convicciones o aspiraciones capaces de dar significado unitario a toda una vida, para que operen en el centro de una personalidad con poder determinante, deben nacer sobre la sólida base de necesidades fundamentales. Valores e ideales se definen más concretamente en su poder de motivación como actitud hacia la vida, ósea, cierto modo global de sentir y evaluar la propia posición en el mundo con todas las posibles referencias intelectuales, emotivas, sociales. (De Bartolomeis, 1978)
Así, la formación de la identidad suele ser un proceso de autodefinición. Este proceso ofrece continuidad entre el pasado, presente y futuro del individuo. Ayuda a conocer su posición con respecto a los otros y contribuye a darle dirección, propósito y significado a la vida (Craig, 2001). El adolescente alcanza un sentido de identidad cuando está razonablemente seguro de su autoconcepto, sus valores, habilidades, intereses y creencias, así como cuando sabe qué quiere en el futuro (Sarafino, 1988).Resumiendo lo anterior, particularmente en la adolescencia las esperanzas y temores se concentran en las aspiraciones en torno al yo futuro, en lo que puede llegar a ser, esa es la materia prima con que elabora todas sus realizaciones, como tal influye de manera decisiva sobre sus actitudes y conducta (De Armas, 1957).
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