Las conductas resilientes suponen la presencia e interacción dinámica de factores, y dichos factores van cambiando en las distintas etapas del desarrollo (Grotberg, 2002). Es diferente referirse a la resiliencia en niños, adolescentes o adultos, ya que implican momentos evolutivos distintos con circunstancias específicas a las cuales enfrentarse y superar.
De entre las etapas evolutivas, la adolescencia constituye la etapa crítica por antonomasia. Las transformaciones biológicas de la pubertad, los cambios que acompañan el despertar de la sexualidad, las relaciones cambiantes con la familia y los pares, la habilidad creciente para pensar en forma abstracta y reflexionar sobre sí mismos y los demás representan un momento crítico del desarrollo humano. En las grandes ciudades, los conflictos pueden exacerbarse, es decir, el contexto incide en las características y en la resolución de la etapa, los complejos mecanismos sociales que dificultan la inserción laboral y aumentan la deserción escolar dividen a la población adolescente que culmina la educación secundaria en tres grandes grupos: (Munist y Suarez, 2004).
Los que se escolarizan a nivel superior y tienes mejores oportunidades para capacitarse laboralmente
Los que ingresan al mercado laboral, generalmente en condiciones precarias, por no tener capacitación
Los que aumentan la franja de desocupados
Estas condiciones suelen ser duras para los adolescentes que articulan la crisis social con la crisis familiar. Los problemas socioeconómicos han contribuido para que la adolescencia sea una etapa cada vez más compleja y difícil de resolver (Munist y Suarez, 2004).
Para los jóvenes, la mayor contradicción se plantea entre la necesidad psicológica de independencia y las dificultades para instrumentar conductas independientes en el medio social que los obliga a prolongar situaciones dependientes con respecto a los adultos ya terminada la etapa de escolarización básica (Munist y Suarez, 2004). De acuerdo con Erickson (1965; cit. por Papalia y Wendkor, 1992) la tarea principal de la adolescencia es resolver el conflicto de identidad, y debe encarar dos grandes desafíos: lograr la autonomía e independencia y formar una identidad que sería crear un yo integral que combine en forma armoniosa varios elementos de la personalidad. El adolescente esta rodeado por una diversidad de roles aportados por múltiples individuos. Debe integrar esos roles a una identidad personal y conciliar o rechazar los contradictorios (Craig y Baucum, 2001).
Por otro lado, los cambios físicos acarrean cambios psicológicos importantes, los esfuerzos para adaptarse a un cuerpo en proceso de cambio llevan a un periodo de tormenta y estrés del cual los adolescentes pueden emerger moralmente más fuertes (Papalia y Wendkor, 1992). Partiendo de lo anterior, Krauskopf (1996) señala que el periodo adolescente pone a prueba la presencia de la resiliencia y ofrece también posibilidades para construir nuevas fórmulas en respuestas constructivas a la adversidad. Trata de encontrar especificidades de la resiliencia durante el periodo adolescente y parte por analizar la adversidad afirmando que sin adversidad no hay resiliencia. Asimismo, señala que en la adolescencia hay una reorganización y resignificación del sí mismo y del entorno, que favorece la generación de adversidad, al presentar nuevos riesgos y confrontaciones.
Así, la emergencia de la adolescencia trae un nuevo panorama, en el cual hay que insertar y reelaborar el concepto de resiliencia, siendo fundamental para esto la promoción de la resiliencia a través de la participación de los jóvenes, destacando una participación protagónica que cuente con la empatía de los adultos quienes deben reconocerlos como un grupo de valor. Los adolescentes deben lograr el conocimiento y aceptación de sus capacidades y limitaciones, desarrollar creatividad y ejercer una autonomía responsable, que les permita desarrollar habilidades para afrontar eficazmente situaciones específicas, así como para reconocer las oportunidades de realización personal y laboral. Sobre esta base, podrán proyectarse hacia el futuro y fortalecer los vínculos con sus redes de apoyo. Para intervenir preventivamente, el trabajo tiene que estar orientado a los factores individuales y socio familiares, que generan vulnerabilidad ya que estos serán los que marcarán en la adolescencia el tipo de respuestas entendidas como conductas de riesgo tales como: alcoholismo, drogadicción, suicidio, delincuencia, anorexia, bulimia, embarazo adolescente, enfermedades de transmisión sexual, fracaso escolar, episodios depresivos, entre otros (Munist y Suarez, 2004).De lo anterior deducimos, que en la adolescencia, se fijan conductas habilidades y se empieza a elaborar un proyecto de vida personal. En este periodo la persona ya cuenta con tipo de pensamiento formal que le permite confrontar, reflexionar, debatir, analizar y sacar sus propias conclusiones consecuentes con su realidad. Por todo esto, es el momento oportuno para fortalecer el desarrollo, potenciar los factores y prevenir las conductas de riesgo, reforzando los potenciales resilientes. (Alchourrón, Daverio, Moreno y Piattini, 2002)
De entre las etapas evolutivas, la adolescencia constituye la etapa crítica por antonomasia. Las transformaciones biológicas de la pubertad, los cambios que acompañan el despertar de la sexualidad, las relaciones cambiantes con la familia y los pares, la habilidad creciente para pensar en forma abstracta y reflexionar sobre sí mismos y los demás representan un momento crítico del desarrollo humano. En las grandes ciudades, los conflictos pueden exacerbarse, es decir, el contexto incide en las características y en la resolución de la etapa, los complejos mecanismos sociales que dificultan la inserción laboral y aumentan la deserción escolar dividen a la población adolescente que culmina la educación secundaria en tres grandes grupos: (Munist y Suarez, 2004).
Los que se escolarizan a nivel superior y tienes mejores oportunidades para capacitarse laboralmente
Los que ingresan al mercado laboral, generalmente en condiciones precarias, por no tener capacitación
Los que aumentan la franja de desocupados
Estas condiciones suelen ser duras para los adolescentes que articulan la crisis social con la crisis familiar. Los problemas socioeconómicos han contribuido para que la adolescencia sea una etapa cada vez más compleja y difícil de resolver (Munist y Suarez, 2004).
Para los jóvenes, la mayor contradicción se plantea entre la necesidad psicológica de independencia y las dificultades para instrumentar conductas independientes en el medio social que los obliga a prolongar situaciones dependientes con respecto a los adultos ya terminada la etapa de escolarización básica (Munist y Suarez, 2004). De acuerdo con Erickson (1965; cit. por Papalia y Wendkor, 1992) la tarea principal de la adolescencia es resolver el conflicto de identidad, y debe encarar dos grandes desafíos: lograr la autonomía e independencia y formar una identidad que sería crear un yo integral que combine en forma armoniosa varios elementos de la personalidad. El adolescente esta rodeado por una diversidad de roles aportados por múltiples individuos. Debe integrar esos roles a una identidad personal y conciliar o rechazar los contradictorios (Craig y Baucum, 2001).
Por otro lado, los cambios físicos acarrean cambios psicológicos importantes, los esfuerzos para adaptarse a un cuerpo en proceso de cambio llevan a un periodo de tormenta y estrés del cual los adolescentes pueden emerger moralmente más fuertes (Papalia y Wendkor, 1992). Partiendo de lo anterior, Krauskopf (1996) señala que el periodo adolescente pone a prueba la presencia de la resiliencia y ofrece también posibilidades para construir nuevas fórmulas en respuestas constructivas a la adversidad. Trata de encontrar especificidades de la resiliencia durante el periodo adolescente y parte por analizar la adversidad afirmando que sin adversidad no hay resiliencia. Asimismo, señala que en la adolescencia hay una reorganización y resignificación del sí mismo y del entorno, que favorece la generación de adversidad, al presentar nuevos riesgos y confrontaciones.
Así, la emergencia de la adolescencia trae un nuevo panorama, en el cual hay que insertar y reelaborar el concepto de resiliencia, siendo fundamental para esto la promoción de la resiliencia a través de la participación de los jóvenes, destacando una participación protagónica que cuente con la empatía de los adultos quienes deben reconocerlos como un grupo de valor. Los adolescentes deben lograr el conocimiento y aceptación de sus capacidades y limitaciones, desarrollar creatividad y ejercer una autonomía responsable, que les permita desarrollar habilidades para afrontar eficazmente situaciones específicas, así como para reconocer las oportunidades de realización personal y laboral. Sobre esta base, podrán proyectarse hacia el futuro y fortalecer los vínculos con sus redes de apoyo. Para intervenir preventivamente, el trabajo tiene que estar orientado a los factores individuales y socio familiares, que generan vulnerabilidad ya que estos serán los que marcarán en la adolescencia el tipo de respuestas entendidas como conductas de riesgo tales como: alcoholismo, drogadicción, suicidio, delincuencia, anorexia, bulimia, embarazo adolescente, enfermedades de transmisión sexual, fracaso escolar, episodios depresivos, entre otros (Munist y Suarez, 2004).De lo anterior deducimos, que en la adolescencia, se fijan conductas habilidades y se empieza a elaborar un proyecto de vida personal. En este periodo la persona ya cuenta con tipo de pensamiento formal que le permite confrontar, reflexionar, debatir, analizar y sacar sus propias conclusiones consecuentes con su realidad. Por todo esto, es el momento oportuno para fortalecer el desarrollo, potenciar los factores y prevenir las conductas de riesgo, reforzando los potenciales resilientes. (Alchourrón, Daverio, Moreno y Piattini, 2002)
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