Al estudiar los factores internos que constituyen los pilares de la resiliencia, se han identificado una serie de atributos personales (Suárez, 1997; cit. por Jiménez y Arguedas, 2004). Uno de estos componentes es el sentido de vida, que se relaciona con la intencionalidad que siguen las personas para alcanzar sus objetivos, la forma como se motivan y evitan sentimientos de desesperanza (Kukic, 2002; cit. por Jiménez y Arguedas, 2004). Diversos autores mencionan al sentido de vida como una variable relacionada a la resiliencia, ya que la resiliencia consiste en reconstruirse, comprometerse en una nueva dinámica de vida, así la noción de sentido tiene tanta importancia, hasta el punto de constituir, para muchas personas, una necesidad casi vital. De esta manera, el vínculo y el sentido constituyen dos fundamentos básicos de la resiliencia (Vanistendael y Lecomte, 2004).
Siguiendo este mismo razonamiento, Silva (1991; cit. por Diaz, 2000) sostiene que el ser humano necesita que sus experiencias tengan un sentido, un porqué y un para qué, refiriéndose al hecho de tener metas, las que alimentan el sentido de vida y que las personas se sientan útiles y necesarias. Lo contrario, según afirma, es el aburrimiento y el vacío existencial.
Por otro lado, Werner (1994; cit. por Kotliarenco, Cáceres y Álvarez, 1996) encuentra entre las características de los niños resilientes, la presencia de la fe que favorece una visión positiva de la vida y un sentido de trascendencia. Así mismo, Fiorentini (2002) encuentra entre las áreas de desarrollo de la resiliencia la ideología personal la cual permite dar un sentido al dolor, disminuyendo la connotación negativa de una situación conflictiva, posibilitando el surgimiento de alternativas de solución frente a lo adverso. Entre otras de las capacidades detectadas en las personas y familias que han logrado salir airosas de grandes crisis se citan capacidad para proyectarse en el tiempo y anticipar otro momento en que la situación haya cambiado, es decir de experimentar sensaciones de esperanza (Ravazzola, 2002).
En esa misma línea se encuentra Bernard (1991; cit. por Henderson, 2003) quien caracteriza a los niños resilientes como individuos firmes en sus propósitos, con una visión positiva de su propio futuro, que tienen intereses especiales, metas y motivación para salir adelante en la escuela y en la vida. Según Higgins citado por Henderson (1993) los adultos resilientes, por lo general, poseen un sentido de fe, es decir se consideran espirituales o religiosos, mostrando capacidad de extraer algún significado y provecho del estrés, trauma y la tragedia que han sufrido.
Resumiendo, dentro de lo que se puede llamar el sentido de propósito y de futuro, equiparado al sentido de vida entran varias cualidades repetidamente identificadas como factores protectores: expectativas saludables, dirección hacia objetivos, fe en un futuro mejor, y sentido de anticipación y coherencia. Este factor parece ser uno de los más poderosos predictores de resultados positivos en cuanto a resiliencia (Munist, 1998).
La necesidad de sentido puede revestir varias formas, como es la consecución de pequeños objetivos alcanzables, la averiguación de modelos, orden, belleza, dedicación a los demás o varias expresiones de fe religiosa (Vanistendael, 1995; cit. por Osorio, 2001). Una forma de expresar resiliencia es la conexión que se da entre significado y fe religiosa. En este contexto, algunas investigaciones en resiliencia nos han permitido recoger factores o rasgos que parecen caracterizarla, entre estos la esperanza, la fe y creencia en Dios (Grotberg, 1996), la fe en su dimensión religiosa y vida espiritual como un factor que permite sobrellevar la pobreza (Etchegaray, 1996). La religión ofrece a algunas personas un camino con sentido, encuentros amistosos y la posibilidad de compartir una trascendencia, la experiencia religiosa permite comprender que la personalidad no puede reducirse a elementos desestabilizadores (Cyrulnik, 2002).
Profundizando en el tema, Hawes (1996) examina cómo la espiritualidad, es efectivamente un factor protector, según él existen tres grupos de factores que inducen conductas resilientes. El primero se refiere a la aceptación incondicional de otro. Esta condición viene dada en cuanto para Dios no hay excepción de personas, relacionándose directamente con el acrecentamiento de la autoestima y el incremento del sentido de su propia dignidad, al ser una relación fundamentalmente amorosa cargada de respeto, cuidado, y responsabilidad por el otro. El segundo grupo de factores, vendría a ser la conciencia de que existen normas básicas, positivas y orientadoras dentro de las cuales pueda ejercer una apertura hacia conductas constructivas, así en la tradición judeo-cristiana existe un decálogo o diez mandamientos que son efectivamente la esencia de la ley, estas reglas son básicas, positivas y orientadoras en cuanto dan claras señales para vivir la vida en clave de espiritualidad. Finalmente, se encuentra el experimentar un sentido para la vida, dotada de significado y de asumir la propia importancia como personas, no solamente para nosotros mismos sino para una construcción trascendente.
De esta manera, una filosofía de la vida o una religión no sectaria contribuyen a dotar de sentido la experiencia. Con frecuencia una persona resiliente descubre por medio de la fe la posibilidad de ser aceptada sin condiciones. Diversos psicólogos analizaron el vínculo entre la fe en Dios y el equilibrio psicológico, así, Pia Rebello encontró más de diez autores que señalaron una correlación positiva entre la fe religiosa y la resiliencia o de manera general la salud mental (Vanistendael y Lecomte, 2004).
La religión es una forma de ayudarse a encontrar lo positivo en la creación y a profundizar en la realidad, siendo así, puede inferir en las personas más fuerza y confianza. La capacidad para averiguar algún significado, sentido o coherencia en cuanto ocurre en la vida, está en estrecha relación con la vida espiritual y la fe religiosa, siendo éste un ámbito de intervención potencial para el desarrollo de la resiliencia (Vanistendael, 1995; cit. por Osorio, 2001).
Pero el punto importante parece ser, en qué medida algunas características de la religión son consideradas como protectoras. La orientación religiosa, puede normalmente tener una función estabilizadora frente a una situación adversa, sin embargo, dentro del contexto de determinadas sectas puede convertirse en un riesgo para la salud mental (Lamas, 2004). En esta misma línea, Losel, en adolescentes con problemas de consumo de drogas, identifica con respecto a la espiritualidad, como factor protector el tener una fe creciente y como factor de riesgo el estar involucrado en sectas o cultos (Munist, 1998).
A su vez, Suárez (citado por Melillo, 2003) afirma que algunas posiciones religiosas exacerban la actitud fatalista no resiliente que se halla implícita en la expresión la voluntad de Dios. La religiosidad es un factor protector tanto en lo individual como en lo colectivo, pero cuando su exageración lleva al fanatismo, se transforma en un factor negativo o de riesgo.
Así, entendemos a la religiosidad como la forma más significativa de expresar el sentido de vida, pero no la única. Como voluntad de sentido también puede considerarse la responsabilidad por la propia vida y los actos, en un plano que extrae esta dimensión del ámbito de la religiosidad o trascendencia (Llobet, 2005). La persona con fe y espiritualidad tiene confianza, seguridad y esperanza por convicciones o experiencias subjetivas, sean religiosas o no (Elkind, 1998; cit. por Jiménez y Arguedas, 2004). Siendo las personas capaces de encontrar un sentido en la vida independientemente de ser creyentes. (Noblejas, 2000; cit. por Jiménez y Arguedas, 2004).
Desde un punto de vista psicológico, debemos señalar la estrecha analogía que existe entre una orientación religiosa y cualquier otro esquema de alto nivel que influya sobre el curso del proceso de evolución. Todo hombre, esté o no orientado en el sentido religioso, tiene sus propios supuestos últimos. Descubre que no puede vivir su vida sin ellos, y para él son verdaderos. Tales supuestos son llamados ideologías, filosofías, nociones o simplemente intuiciones acerca de la vida, y ejercen una presión creadora sobre toda conducta que les está subordinada (Allport, 1970).
Una deducción importante que se desprende de las investigaciones sobre resiliencia es la formación de personas que puedan establecer metas y creer en un futuro mejor, satisfacer sus necesidades básicas de metas, poder y significado que debe ser el enfoque más importante de cualquier programa de desarrollo en jóvenes (Bernard, 1998).En conclusión, al hablar de sentido de vida y su relación con la resiliencia nos referimos a las formas en que una persona llega a proyectarse de manera optimista hacia un futuro productivo, valioso y gratificante, el cual sirve como director de sus acciones y establece los límites de su conducta, pudiendo tener ésta una connotación religiosa o no.
Siguiendo este mismo razonamiento, Silva (1991; cit. por Diaz, 2000) sostiene que el ser humano necesita que sus experiencias tengan un sentido, un porqué y un para qué, refiriéndose al hecho de tener metas, las que alimentan el sentido de vida y que las personas se sientan útiles y necesarias. Lo contrario, según afirma, es el aburrimiento y el vacío existencial.
Por otro lado, Werner (1994; cit. por Kotliarenco, Cáceres y Álvarez, 1996) encuentra entre las características de los niños resilientes, la presencia de la fe que favorece una visión positiva de la vida y un sentido de trascendencia. Así mismo, Fiorentini (2002) encuentra entre las áreas de desarrollo de la resiliencia la ideología personal la cual permite dar un sentido al dolor, disminuyendo la connotación negativa de una situación conflictiva, posibilitando el surgimiento de alternativas de solución frente a lo adverso. Entre otras de las capacidades detectadas en las personas y familias que han logrado salir airosas de grandes crisis se citan capacidad para proyectarse en el tiempo y anticipar otro momento en que la situación haya cambiado, es decir de experimentar sensaciones de esperanza (Ravazzola, 2002).
En esa misma línea se encuentra Bernard (1991; cit. por Henderson, 2003) quien caracteriza a los niños resilientes como individuos firmes en sus propósitos, con una visión positiva de su propio futuro, que tienen intereses especiales, metas y motivación para salir adelante en la escuela y en la vida. Según Higgins citado por Henderson (1993) los adultos resilientes, por lo general, poseen un sentido de fe, es decir se consideran espirituales o religiosos, mostrando capacidad de extraer algún significado y provecho del estrés, trauma y la tragedia que han sufrido.
Resumiendo, dentro de lo que se puede llamar el sentido de propósito y de futuro, equiparado al sentido de vida entran varias cualidades repetidamente identificadas como factores protectores: expectativas saludables, dirección hacia objetivos, fe en un futuro mejor, y sentido de anticipación y coherencia. Este factor parece ser uno de los más poderosos predictores de resultados positivos en cuanto a resiliencia (Munist, 1998).
La necesidad de sentido puede revestir varias formas, como es la consecución de pequeños objetivos alcanzables, la averiguación de modelos, orden, belleza, dedicación a los demás o varias expresiones de fe religiosa (Vanistendael, 1995; cit. por Osorio, 2001). Una forma de expresar resiliencia es la conexión que se da entre significado y fe religiosa. En este contexto, algunas investigaciones en resiliencia nos han permitido recoger factores o rasgos que parecen caracterizarla, entre estos la esperanza, la fe y creencia en Dios (Grotberg, 1996), la fe en su dimensión religiosa y vida espiritual como un factor que permite sobrellevar la pobreza (Etchegaray, 1996). La religión ofrece a algunas personas un camino con sentido, encuentros amistosos y la posibilidad de compartir una trascendencia, la experiencia religiosa permite comprender que la personalidad no puede reducirse a elementos desestabilizadores (Cyrulnik, 2002).
Profundizando en el tema, Hawes (1996) examina cómo la espiritualidad, es efectivamente un factor protector, según él existen tres grupos de factores que inducen conductas resilientes. El primero se refiere a la aceptación incondicional de otro. Esta condición viene dada en cuanto para Dios no hay excepción de personas, relacionándose directamente con el acrecentamiento de la autoestima y el incremento del sentido de su propia dignidad, al ser una relación fundamentalmente amorosa cargada de respeto, cuidado, y responsabilidad por el otro. El segundo grupo de factores, vendría a ser la conciencia de que existen normas básicas, positivas y orientadoras dentro de las cuales pueda ejercer una apertura hacia conductas constructivas, así en la tradición judeo-cristiana existe un decálogo o diez mandamientos que son efectivamente la esencia de la ley, estas reglas son básicas, positivas y orientadoras en cuanto dan claras señales para vivir la vida en clave de espiritualidad. Finalmente, se encuentra el experimentar un sentido para la vida, dotada de significado y de asumir la propia importancia como personas, no solamente para nosotros mismos sino para una construcción trascendente.
De esta manera, una filosofía de la vida o una religión no sectaria contribuyen a dotar de sentido la experiencia. Con frecuencia una persona resiliente descubre por medio de la fe la posibilidad de ser aceptada sin condiciones. Diversos psicólogos analizaron el vínculo entre la fe en Dios y el equilibrio psicológico, así, Pia Rebello encontró más de diez autores que señalaron una correlación positiva entre la fe religiosa y la resiliencia o de manera general la salud mental (Vanistendael y Lecomte, 2004).
La religión es una forma de ayudarse a encontrar lo positivo en la creación y a profundizar en la realidad, siendo así, puede inferir en las personas más fuerza y confianza. La capacidad para averiguar algún significado, sentido o coherencia en cuanto ocurre en la vida, está en estrecha relación con la vida espiritual y la fe religiosa, siendo éste un ámbito de intervención potencial para el desarrollo de la resiliencia (Vanistendael, 1995; cit. por Osorio, 2001).
Pero el punto importante parece ser, en qué medida algunas características de la religión son consideradas como protectoras. La orientación religiosa, puede normalmente tener una función estabilizadora frente a una situación adversa, sin embargo, dentro del contexto de determinadas sectas puede convertirse en un riesgo para la salud mental (Lamas, 2004). En esta misma línea, Losel, en adolescentes con problemas de consumo de drogas, identifica con respecto a la espiritualidad, como factor protector el tener una fe creciente y como factor de riesgo el estar involucrado en sectas o cultos (Munist, 1998).
A su vez, Suárez (citado por Melillo, 2003) afirma que algunas posiciones religiosas exacerban la actitud fatalista no resiliente que se halla implícita en la expresión la voluntad de Dios. La religiosidad es un factor protector tanto en lo individual como en lo colectivo, pero cuando su exageración lleva al fanatismo, se transforma en un factor negativo o de riesgo.
Así, entendemos a la religiosidad como la forma más significativa de expresar el sentido de vida, pero no la única. Como voluntad de sentido también puede considerarse la responsabilidad por la propia vida y los actos, en un plano que extrae esta dimensión del ámbito de la religiosidad o trascendencia (Llobet, 2005). La persona con fe y espiritualidad tiene confianza, seguridad y esperanza por convicciones o experiencias subjetivas, sean religiosas o no (Elkind, 1998; cit. por Jiménez y Arguedas, 2004). Siendo las personas capaces de encontrar un sentido en la vida independientemente de ser creyentes. (Noblejas, 2000; cit. por Jiménez y Arguedas, 2004).
Desde un punto de vista psicológico, debemos señalar la estrecha analogía que existe entre una orientación religiosa y cualquier otro esquema de alto nivel que influya sobre el curso del proceso de evolución. Todo hombre, esté o no orientado en el sentido religioso, tiene sus propios supuestos últimos. Descubre que no puede vivir su vida sin ellos, y para él son verdaderos. Tales supuestos son llamados ideologías, filosofías, nociones o simplemente intuiciones acerca de la vida, y ejercen una presión creadora sobre toda conducta que les está subordinada (Allport, 1970).
Una deducción importante que se desprende de las investigaciones sobre resiliencia es la formación de personas que puedan establecer metas y creer en un futuro mejor, satisfacer sus necesidades básicas de metas, poder y significado que debe ser el enfoque más importante de cualquier programa de desarrollo en jóvenes (Bernard, 1998).En conclusión, al hablar de sentido de vida y su relación con la resiliencia nos referimos a las formas en que una persona llega a proyectarse de manera optimista hacia un futuro productivo, valioso y gratificante, el cual sirve como director de sus acciones y establece los límites de su conducta, pudiendo tener ésta una connotación religiosa o no.
me podría decir quien es el autor de esta fuente?
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ResponderEliminarpor favor necesito los datos de esta fuente: autor/es, año,pais/ciudad y si esta publicado en una revista mejor :), esperaré sus respuestas, es para fines de investigacion de grado en psicologia en Santo Domingo. se lo agradeceré.
ResponderEliminarperdon pero tambien falta la bibliografia
ResponderEliminartomado del libro resiliencia y subjetividad: los ciclos de la vida de aldo melillo, elbio nestor suares ojeda y daniel rodriguez. paidos. buenos aires 2008
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